El mundo del tenis y de la música urbana quedó sacudido este lunes tras una noticia inesperada: Carlos Alcaraz, actual número uno del ranking mundial, presentó una demanda oficial contra el rapero español Pablo Rivadulla Duró —conocido por su estilo provocador y polémico—, acusándolo de racismo y de utilizar comparaciones ofensivas en una de sus últimas canciones.

Según la denuncia, el tema en cuestión no solo incluiría referencias consideradas despectivas hacia la ascendencia del tenista murciano, sino que además compararía su voz con la de Adolfo Hitler. Una línea que, para Alcaraz, habría cruzado todos los límites de lo aceptable en el arte y la crítica.
El propio Alcaraz, generalmente discreto fuera de la cancha, rompió el silencio con un comunicado que sorprendió por su dureza:
“No puedo aceptar que mi honor sea pisoteado de esta manera. Seguiré con este caso hasta el final.”
Con estas palabras, el joven campeón dejó claro que no se trata de un simple malentendido mediático, sino de una batalla legal y personal que podría prolongarse durante meses.
El rapero reaccionó de inmediato en sus redes sociales. En un video de tres minutos, con tono serio y gesto sombrío, aseguró que su intención “jamás fue ofender a Carlos ni a su familia” y que todo formaba parte de una “licencia artística” en el marco de la cultura hip hop.
“Si mis palabras fueron interpretadas como racistas, pido disculpas públicas. Carlos es un orgullo para España, y respeto su trayectoria. Nunca quise dañarlo.”
Sin embargo, las disculpas no parecieron suficientes. Alcaraz, firme en su posición, dejó claro que el perdón no anula la ofensa ni repara el daño causado a su imagen.
Lo sorprendente es que la controversia no se limitó a los escenarios judiciales. Apenas horas después de la denuncia, Alcaraz apareció en un acto público en Madrid donde, en lugar de esquivar el tema, lo enfrentó con determinación. Ante los medios, aseguró que este caso no es solo personal, sino también un “precedente para la dignidad de los atletas frente a los abusos mediáticos y artísticos”.
El gesto fue interpretado por muchos como un paso hacia una nueva era en la que los deportistas de élite no tolerarán comentarios ofensivos amparados en la libertad creativa.
Las redes sociales explotaron. En Twitter, el hashtag #AlcarazVsPablo se convirtió en tendencia mundial. Los usuarios se dividieron en bandos:
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Algunos aplaudieron la valentía del tenista, considerándolo un ejemplo de cómo enfrentar el racismo y la humillación pública.
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Otros defendieron al rapero, alegando que la música es un espacio de provocación y que sus palabras no deberían tomarse literalmente.
Incluso celebridades de distintos ámbitos se pronunciaron. El futbolista Gerard Piqué escribió: “Respeto máximo a Alcaraz por defender lo que es justo.” Mientras que la cantante Rosalía sugirió cautela: “El arte puede incomodar, pero nunca debería destruir.”
La polémica trascendió rápidamente al mundo del entretenimiento. Programas de televisión como El Hormiguero y tertulias internacionales debatieron durante horas si el caso era un ejemplo de censura o de justicia necesaria. El asunto incluso llegó al famoso talk show estadounidense The View, donde las presentadoras discutieron si Alcaraz estaba “empoderando a los atletas” o “alimentando una guerra mediática innecesaria”.
Mientras los abogados de ambas partes preparan estrategias, la incertidumbre crece. ¿Hasta dónde está dispuesto a llegar Alcaraz? ¿Podría este caso afectar su calendario deportivo, incluyendo su preparación para Roland Garros?
Fuentes cercanas al entorno del tenista aseguran que, aunque el proceso será exigente, “Carlos está más enfocado que nunca” y que su objetivo principal sigue siendo conquistar títulos.
Por su parte, seguidores de Rivadulla Duró advierten que la demanda podría fortalecer la imagen rebelde del rapero y darle aún más notoriedad en la escena musical.
Lo que comenzó como una polémica por una canción se ha convertido en un drama impactante que conecta deporte, música y justicia social. Nunca antes el tenis español había vivido un episodio tan cargado de tensión cultural y mediática.
La historia apenas comienza. Y mientras Carlos Alcaraz se mantiene firme en su decisión de defender su honor “hasta el final”, el mundo entero observa cómo un joven de 22 años, que ya conquistó Wimbledon y el US Open, se enfrenta ahora a una batalla completamente diferente: la del respeto y la dignidad personal.

