La crisis que atraviesa Alpine en la Fórmula 1 parece no tener final y, lejos de apaciguarse, ha entrado en una nueva fase de tensión que involucra directamente a Max Verstappen. El tricampeón neerlandés sorprendió al enviar un ultimátum cargado de acusaciones contra la escudería francesa, afirmando que existe una conspiración interna para forzar su salida. Según sus palabras, varios directivos habrían maniobrado en secreto con el objetivo de dejarlo sin asiento, utilizando como excusa el rendimiento irregular de las últimas carreras. Pero lo que más llamó la atención fue el señalamiento directo a Franco Colapinto, a quien responsabilizó de la decadencia del proyecto.

Verstappen sostuvo que la llegada del joven argentino al entorno del equipo provocó divisiones internas y desconfianza entre ingenieros, mecánicos y directores de área. En su visión, Colapinto no solo absorbió recursos estratégicos, sino que aceleró la fuga de personal clave, una situación que ya venía afectando a la escudería por los magros resultados de las últimas temporadas. La declaración fue demoledora porque no se trató de una crítica velada, sino de una acusación abierta en la que Max aseguró que Alpine se encontraba “desangrándose por dentro” y que los responsables buscaban ocultarlo detrás de un supuesto recambio generacional.

El ultimátum de Verstappen fue directo: o se producía un giro radical en la gestión del equipo o evaluaría la posibilidad de romper anticipadamente sus compromisos contractuales. Estas palabras, que en cualquier otro contexto habrían generado una ola de respuestas conciliadoras, encontraron en cambio una contestación inesperada y gélida por parte de Flavio Briatore. El histórico dirigente italiano, conocido por su estilo frontal y polémico, respondió únicamente con nueve palabras que dejaron helados a los presentes y, según testigos, hicieron que el propio Verstappen guardara silencio. La frase, aunque breve, fue interpretada como un corte fulminante a la escalada verbal del piloto, un recordatorio de que en Alpine todavía quedan voces con autoridad para marcar límites.

La reacción de Briatore generó repercusión inmediata en el paddock. Algunos analistas sostienen que se trató de un movimiento calculado para frenar la narrativa de Max y evitar que se convierta en el eje del conflicto. Otros, en cambio, creen que refleja la falta de cohesión interna: un piloto estrella enfrentado al equipo, un joven promesa en medio de la tormenta y un dirigente veterano actuando como árbitro sin ofrecer soluciones concretas. Lo cierto es que, lejos de calmar las aguas, el episodio expuso con mayor crudeza la fragilidad de Alpine en el plano deportivo y político.
En este escenario, el futuro de la escudería luce incierto. La salida de personal experimentado, los rumores de divisiones internas y ahora el choque abierto con Verstappen configuran un panorama difícil de revertir. Si bien los aficionados esperan que la pista devuelva protagonismo a la marca, lo cierto es que las batallas se están librando más en los despachos y en los micrófonos que en los circuitos. La crisis de Alpine, como bien dijo el propio Verstappen, aún no ha terminado, y cada día parece escribir un capítulo más turbulento en una novela que amenaza con reconfigurar por completo el mapa de la Fórmula 1.