La cabeza decapitada y conservada de Peter Kürten, el infame “Vampiro de Düsseldorf”, sigue siendo una de las piezas más inquietantes en la colección de Ripley’s Believe It or Not! en Wisconsin Dells. Este asesino en serie alemán, ejecutado en la guillotina el 2 de julio de 1931 en Colonia, dejó un legado de terror que aún resuena en la historia criminal europea.
Kürten confesó nueve asesinatos y decenas de agresiones sexuales entre 1929 y 1930, actos tan brutales que escandalizaron al continente. Su apodo macabro nació de una declaración escalofriante: “Bebí la sangre de algunas víctimas porque me producía un placer indescriptible”, palabras que él mismo pronunció durante los interrogatorios, según registros policiales de la época.
Imagina caminar por las calles húmedas de Düsseldorf en plena noche de los años veinte, cuando un hombre aparentemente ordinario, un electricista casado, acechaba a mujeres, niños y hombres indefensos. Kürten no mataba por robo o venganza; lo impulsaba un sadismo puro.
 
Apuñalaba, estrangulaba y, en ocasiones, mordía a sus presas hasta extraer sangre caliente. “Sentía una excitación sexual al ver la sangre brotar”, admitió en su juicio, donde detalló cómo revivía los crímenes en su mente para masturbarse. Estas confesiones, recogidas en actas judiciales, convirtieron su caso en un fenómeno mediático que llenó portadas de periódicos desde Berlín hasta París.
Tras su captura en mayo de 1930, gracias a una víctima que escapó y lo delató, Kürten fue condenado a muerte. La ejecución fue rápida: la guillotina cayó con precisión prusiana. Pero la historia no terminó allí. Los médicos forenses, fascinados por la mente criminal, decaparon el cuerpo y preservaron la cabeza en formaldehídrido.
El cerebro se extrajo para estudiarlo bajo la lente de la frenología, una pseudociencia popular entonces que buscaba anomalías físicas explicando la maldad. “Queríamos encontrar el origen biológico de su depravación”, explicó el patólogo encargado, según documentos archivados en la Universidad de Colonia. Años de análisis no revelaron nada concluyente, solo un cerebro normal que desafiaba las expectativas.
Con el tiempo, esta reliquia macabra pasó de manos científicas a coleccionistas excéntricos. En los años cincuenta, Ripley’s Believe It or Not!, la cadena de museos dedicada a lo extraño, adquirió la cabeza. Hoy yace en un frasco de vidrio en Wisconsin Dells, Estados Unidos, con la piel arrugada, los ojos cerrados y un rictus que parece sonreír al visitante.
Miles acuden cada año, atraídos por esa curiosidad mórbida que nos hace mirar lo prohibido. “Es como tocar el mal con los ojos”, comenta un turista habitual en reseñas en línea, mientras otro añade: “Te preguntas si ese cerebro albergaba demonios invisibles”.
Esta exhibición no es solo un espectáculo; plantea dilemas profundos. ¿Es ético mostrar restos humanos de un monstruo? Para algunos, sí: confronta la oscuridad humana y educa sobre la justicia penal. “La cabeza de Kürten nos recuerda que el mal existe y debe ser expuesto”, argumenta un criminólogo alemán en entrevistas recientes.
Otros lo ven como voyerismo puro, una mercantilización del horror que profana la memoria de las víctimas. En Alemania, donde los crímenes ocurrieron, el debate resurge periódicamente. Asociaciones de familiares exigen su entierro, pero Ripley’s defiende su valor histórico: “Preservamos la historia para que no se repita”.
Peter Kürten no fue el único “vampiro” de la era; inspiró mitos urbanos y hasta películas de terror. Su caso influyó en la psicología forense moderna, impulsando estudios sobre psicópatas que hoy usan resonancias magnéticas. Sin embargo, nada captura esa esencia como su cabeza real, flotando en líquido ámbar. ¿Qué secretos guarda aún ese cerebro? Los científicos sueñan con escanearlo de nuevo, pero por ahora, permanece como un enigma congelado en el tiempo.
Visitar Ripley’s en Wisconsin Dells es sumergirse en un mundo de lo imposible, donde lo creíble choca con lo atroz. La cabeza de Kürten encabeza la sección de crimines reales, rodeada de shrunken heads y momias. Familias enteras pasan, niños tapándose los ojos, adultos murmurando. “Nunca olvidaré esa mirada vacía”, escribe una visitante en TripAdvisor. Es un recordatorio de que la historia no es solo fechas y héroes; incluye sombras como Kürten, cuya sed de sangre nos obliga a cuestionar nuestra propia humanidad.

Casi un siglo después de su muerte, el Vampiro de Düsseldorf sigue “vivo” en ese frasco. Su legado trasciende el museo: inspira podcasts, documentales y novelas negras. En una era de true crime obsesionada, Kürten representa el arquetipo del asesino carismático y cruel. “Fui un monstruo, pero la sociedad me hizo así”, dijo en su última carta, culpando a una infancia abusiva. ¿Verdad o manipulación? El debate persiste.
Si buscas emociones fuertes, planea un viaje a Wisconsin Dells. Allí, detrás de un vidrio, te espera Peter Kürten. No es solo una cabeza; es un portal a los abismos del alma humana. Acércate si te atreves, y descubre por qué este vampiro alemán aún chupa la curiosidad de generaciones. La historia real siempre supera la ficción, y esta es una que no te dejará dormir.