“¿Crees que puedes engañarme otra vez? Te voy a acabar.” Piqué no podía dejar de reír; había “pillado” a Shakira. Pero a ella ya no le importaba aquel hombre ruidoso, lo dejó haciendo su ridículo. Apenas 25 minutos después, un documento legal llegó a la oficina de Shakira, dejándola sorprendida, acompañado de un mensaje susurrante y amenazante de Piqué……

Shakira estaba en su estudio de Miami cuando el teléfono vibró. Era un mensaje de Gerard Piqué: “¿Crees que puedes engañarme otra vez? Te voy a acabar.” Ella lo leyó sin inmutarse, recordando las noches en Barcelona donde él gritaba por cualquier tontería. Ya no le temblaba el pulso.

Piqué, en su ático de la Diagonal, reía solo frente al ordenador. Había contratado a un perito informático para fabricar documentos que demostraran que Shakira residía más de 183 días en España entre 2012 y 2014. Quería asustarla, forzar una nueva mediación económica.

El falsificador, un ex empleado de Hacienda, manipuló facturas de peluquería, tickets de parking y hasta fotos de paparazzi. Todo parecía auténtico. Piqué guardó el archivo PDF con contraseña y lo envió al abogado de la cantante con copia a la prensa. “Ahora verás”, murmuró.

En la oficina de Shakira, su equipo legal abrió el correo. El documento llevaba membrete oficial, sellos digitales y firmas escaneadas. La cantidad reclamada ascendía a 14,5 millones de euros. “Es idéntico al expediente real”, dijo el abogado, pálido. Shakira solo sonrió.

Ella sabía que Piqué jugaba sucio desde la separación. Recordaba cómo él había ocultado propiedades en Andorra y transferencias a paraísos fiscales. Ahora usaba la misma artimaña contra ella. “Que crea que ha ganado”, pensó mientras marcaba un número.

Su contable forense, un colombiano experto en blanqueo, recibió la orden: “Desmonta esto en menos de una hora.” El equipo rastreó metadatos del PDF, descubrió que la firma digital era de un certificado robado y que las fechas de creación no coincidían.

Mientras tanto, Piqué brindaba con amigos en un restaurante de moda. “Mañana estará rogando”, decía. Pero su teléfono sonó: era el mismo perito informático. “Han detectado la falsificación. La policía viene hacia mí.” El exfutbolista palideció.

En Miami, Shakira recibió la contraevidencia. Los metadatos mostraban que el archivo se creó tres días antes, en una IP registrada a nombre de una empresa de Piqué. Además, el sello digital pertenecía a un funcionario jubilado desde 2020. Todo era un montaje.

El abogado de Shakira redactó una denuncia por falsedad documental y extorsión. Incluyó capturas del mensaje amenazante: “Te voy a acabar.” La presentó ante la Audiencia de Barcelona esa misma tarde, solicitando medidas cautelares contra Piqué.

Piqué intentó borrar el rastro, pero los servidores guardaban copias. Su perito, asustado, entregó el contrato original donde el exjugador pedía “pruebas irrefutables” para “presionar a la demandada”. La policía registró su despacho al día siguiente.

Shakira, en una entrevista exclusiva con El País, declaró: “Intentó usar el miedo como arma, pero olvidó que yo también sé jugar.” No mencionó nombres, pero todos entendieron. Su equipo filtró los metadatos a la prensa.

Los medios españoles titularon: “Piqué fabrica pruebas contra Shakira y termina denunciado.” Las acciones de Kosmos, su empresa, cayeron un 8 % en bolsa. Los patrocinadores empezaron a retirarse. El ridículo era ahora suyo.

En la comisaría, Piqué declaró que todo era “un malentendido”. Pero los agentes encontraron en su móvil más mensajes: “Si no pagas, te destrozo.” La jueza decretó orden de alejamiento y fianza de 500.000 euros.

Shakira, desde su terraza con vistas al mar, escuchaba a sus hijos jugar. No sintió venganza, solo alivio. “El que ríe último, ríe mejor”, pensó. Su próximo single ya tenía título: “Falsos Sellos”.

El caso avanzó rápido. El perito confesó a cambio de reducción de pena. Piqué enfrentaba hasta seis años de cárcel por falsedad y coacciones. Sus abogados negociaban un acuerdo, pero Shakira rechazó cualquier trato.

La opinión pública se volvió contra él. Las camisetas del Barça con su nombre desaparecieron de las tiendas. Los padres de sus hijos, Milan y Sasha, preguntaron: “¿Por qué papá hace cosas malas?” Shakira solo respondió: “Porque aún no ha aprendido a perder.”

En la siguiente audiencia, Piqué llegó con gafas oscuras. Shakira no asistió; envió a su abogada. La jueza leyó los mensajes amenazantes y los metadatos. “Esto no es un error, es un delito”, sentenció.

El juicio se fijó para marzo de 2026. Mientras, Shakira llenaba estadios en México. Cada noche dedicaba una canción “a los que intentan fabricar verdades”. El público coreaba su nombre.

Piqué, confinado en su ático, veía las noticias en silencio. Su risa de aquella tarde se había convertido en un eco vacío. Shakira, en cambio, bailaba descalza sobre el escenario, libre al fin.

El documento falso quedó archivado como prueba A. Los sellos digitales, las facturas manipuladas, los tickets de parking inventados: todo demostraba que el cazador se convirtió en presa.

Shakira cerró el capítulo con una frase en redes: “La verdad siempre encuentra su camino, aunque alguien intente falsificarla.” Millones de likes en minutos. Piqué, por primera vez, no tuvo respuesta.

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